ACT II
Sin ningún motivo, me vinieron ganas de tomar otra taza de café, pero ya me había alejado demasiado de la cafeteria como para volver. No iba a desperdiciar medio día de viaje por una taza de café, aunque debo admitir que me sentí terriblemente tentado. La calma amainaba, pisaba el acelerador cada vez más, estaba apurado. Tomé una curva a la derecha, por la ruta 115 con dirección al Este, y aparqué a un lado de la vía. Me bajé de la camioneta aún encendida, y oriné en el costado del vehículo. Caminé de vuelta a la camioneta, mis pasos sonaban bien en el asfalto. Caminar sobre esa ruta era agradable. Me subí a la camioneta y pisé el acelerador, seguía apurado. La camioneta hizo un sonido ahogado y se detuvo. Giré nuevamente la llave y la camioneta hizo el mismo sonido. La jodida aguja marcaba una E. Por primera vez en dos días recordé que los automóviles funcionan con combustible, y era inminente que la falta del preciado líquido era lo que había detenido al vehículo. Me bajé lentamente y le di una vuelta a la camioneta, no sabía como reaccionar a todo ésto, era algo completamente nuevo. Nunca había conducido durante tanto tiempo como para tener que recordar cargar combustible.
Como caída del cielo, una figura se vislumbró en el horizonte. Era un auto. "Estoy salvado" pensé, pero casi inmediatamente cambié de idea. Tenía una maleta llena de drogas, y una Glock 9mm en el traje. Llevaba además, un cadáver en el baúl, e irónicamente, la bala que tenía alojada en el cerebro provenía del arma que celosamente guardaba en mi saco. Entonces, cualquier paso en falso podría llevarme al arresto, o a tener que callar a alguien más. No estaba seguro de cuál de las dos prefería.
Un automóvil viejo se acercó por la carretera. La pintura roja oscura estaba llena de óxido, y los golpes en los lados demostraban que el auto había participado en varios accidentes. El Lada se detuvo junto a la camioneta y la cara de un viejo de aproximadamente 50 años se asomó por ella. Su cabeza estaba parcialmente calva, y llevaba un par de lentes cuadrados que magnificaban el tamaño de sus ojos varias veces. La sombra de una barba le cubría la cara, probablemente no se afeitara hacía una semana, y el pelo que le quedaba lucía desaliñado. Sus ropas estaban sucias, y estoy seguro que, de compartir el mismo espacio físico, notaría el pestilente olor que su cuerpo emanaba. Me miró con cara de amigos, y me hizo un gesto, como ofreciéndome su ayuda. Yo le devolví una mirada fría y ausente. Su sonrisa se congeló, y lentamente se convirtió en una línea recta. Se había dado cuenta que yo escondía algo. Su cara demostraba que él también. Un pequeño vistazo hacia la parte trasera de su auto me dio la pauta de que algo no andaba bien con ese hombre. Coloqué mi mano dentro de mi saco y toqué con la punta del dedo el gatillo de la pistola. Miré a ese hombre a los ojos, y él entendió. Iba a ser una ayuda mutua. Aceleró lentamente y siguió su camino, mientras yo me puse a buscar una pala para enterrar el cuerpo de Marco.
Media hora después, encontré lo que buscaba. Celosa y prolijamente guardada, yacía bajo un montón de basura en la parte trasera de la camioneta. La tomé y caminé fuera de la carretera unos metros. La tierra del desierto estaba endurecida por los siglos de constante sol. No podría hacer un agujero allí, ni aunque lo intentara. Caminé 15 minutos bajo el abrasante sol, hasta que la tierra más fértil comenció a brotar desde abajo. Era una arena dura y oscura, pero serviría para esconder el cadaver. De lejos veía la silueta de la camioneta, que se desdibujaba por las olas de calor que deformaban las imágenes.
Caminé de vuelta y saqué el cuerpo de la camioneta. Jalé el cuerpo desde los pies, y Marco cayó torpemente en el asfalto, dejando una gran mancha de sangre. Arrastré el cuerpo como pude a través de los 500 metros que había recorrido hasta llegar a la tierra fértil. Una vez allí comencé a cavar. Cavé y cavé, y pensé que jamás alcanzaría la profundidad necesaria. Parecía que habían pasado horas, pero probablemente sólo hubieran pasado unos pocos minutos. Encontré la profundidad que buscaba y empujé el cuerpo. Miré a Marco por una última vez, y le volví a tapar. Dos horas después había terminado. Me di vuelta hacia la camioneta, y me di cuenta lo oscuro que se estaba poniendo todo. Ya no veía ninguna silueta, ya no veía la camioneta. Caminé sobre mis pasos, esa era la única manera de no perderme. Ese desierto me estaba aterrando, probablemente a causa de la cantidad considerable de droga que pasaba por mi cuerpo. Las siluetas se desdibujaban, y mi paranoia aumentaba. Cuando me acerqué a la camioneta mi corazón se detuvo y mi sangre se heló. Una patrulla de policía estaba parada detrás, y un oficial salió del auto mirándome a través de sus lentes oscuros.
- Me puede decir qué es eso? - me preguntó señalando la mancha de sangre en el suelo, detrás de la camioneta - y - continuó - me puede explicar por qué lleva una pala en el hombro?
Me helé, no tenía las de ganar, definitivamente no.
- Estaba enterrando a mi perro - respondí con la típica ausencia que los cristales me habían dejado en los ojos.
- Por qué no me muestra su tumba, señor?
- Con gusto, oficial
Comencé a caminar hacia donde había enterrado a Marco, lentamente, con el oficial detrás. Mientras que me hablaba de la inseguridad en esa zona, yo sólo pensaba en cómo escapar de esa. Caminamos 15 minutos y llegamos a la tumba. La tierra se veía revuelta, y estaban las huellas de mis zapatos alrededor.
- Bueno, eso se ve demasiado grande como para un perro, no cree? - me preguntó con una mirada inquisidora.
- Era un perro grande - respondí mirando al vacío.
- Señor, me muestra sus documentos?
- Sí, por supuesto - respondí mientras me llevaba la mano al bolsillo interior de mi saco.
BANG.
La glock le dijo todo lo que tenía que saber acerca de mí. Una bala terminó en el pecho del oficial antes que se diera cuenta de lo que estaba pasando. Me miró con los ojos abiertos de par en par, mientras intentaba llevar sus manos a su revólver.
BANG.
Un segundo disparo en su pecho frenó sus intenciones. La sangre brotaba de su pecho a borbotones, y el policía cayó de rodillas en la tierra. Emitía unos sonidos guturales, y sus ojos aún me miraban, mientras sus manos intentaban cubrir los agujeros que tenía en el pecho. Se seguía moviendo, demasiado, eso me molestaba.
BANG.
La glock habló nuevamente, y ésta vez puso el punto final. Ese lo mantuvo quieto.
Decidí no enterrarlo, ya era demasiado tarde, y no tenía mi pala. Dejaría que los animales se encargaran de él. Le quité el revólver y las llaves de la patrulla, igual que su placa, y su sombrero. No voy a negar que me veía ridículo con ese cubre cabezas de cowboy, pero demonios, la mescalina hace que todo se vea lindo. Caminé sobre mis pasos. Era la segunda persona que asesinaba en los últimos cuatro días. No sabía realmente como reaccionar a eso. Llegué a donde estaban los vehículos decidido a cambiarme a la patrulla. Tomé el maletín negro de la camioneta y lo puse en el asiento de acompañante de la patrulla. Su interior estaba limpio y ordenado, una cruz colgaba del espejo retrovisor, y una escopeta me miraba encadenada a la pared divisora del vehículo policial. Busqué en el baúl de la patrulla, necesitaba algo con qué encender un fuego. Habían algunos bidones vacíos, que a juzgar por su olor, debieron contener combustible. Revisé rápidamente, no quería que me vieran. Encontré un pequeño envase lleno de un líquido. Lo olí. No me di cuenta que era. Miré la etiqueta: "Acelerante de motor". Olía inflamable, eso serviría. No me servía para hacer andar la camioneta, pero al menos me ayudaría a incinerarla. Empujé el vehículo hacia un lado del camino, y rocié su interior con ese líquido. Rocié especialmente los asientos, una vez encendido el fuego los materiales de la camioneta se encargarían de continuar la fogata. Abrí las ventanas para que el fuego se viera bien oxigenado, y me alejé. Encendí un cigarrillo, y tiré el fósforo hacia adentro. No esperaba una expansión tan rápida, pero en menos de lo que uno pestañea, el fuego se había movido por todo el interior de la camioneta. Listo, estaba pronto para irme.
Me subí a la patrulla y arranqué el motor, se oía limpio y agradable. Estaba nervioso, conducía una patrulla robada, y recientemente había enterrado un cuerpo, y asesinado a un oficial en el mismo lugar. Las cosas no podrían salir bien de ahora en más. Ni siquiera me importaba. Le di una pitada al cigarrillo, pisé el acelerador, vi el humo perderse por la ventana, y mientras la noche caía, dejé atrás la única fuente luminosa en cientas de millas a la redonda.
Sin ningún motivo, me vinieron ganas de tomar otra taza de café, pero ya me había alejado demasiado de la cafeteria como para volver. No iba a desperdiciar medio día de viaje por una taza de café, aunque debo admitir que me sentí terriblemente tentado. La calma amainaba, pisaba el acelerador cada vez más, estaba apurado. Tomé una curva a la derecha, por la ruta 115 con dirección al Este, y aparqué a un lado de la vía. Me bajé de la camioneta aún encendida, y oriné en el costado del vehículo. Caminé de vuelta a la camioneta, mis pasos sonaban bien en el asfalto. Caminar sobre esa ruta era agradable. Me subí a la camioneta y pisé el acelerador, seguía apurado. La camioneta hizo un sonido ahogado y se detuvo. Giré nuevamente la llave y la camioneta hizo el mismo sonido. La jodida aguja marcaba una E. Por primera vez en dos días recordé que los automóviles funcionan con combustible, y era inminente que la falta del preciado líquido era lo que había detenido al vehículo. Me bajé lentamente y le di una vuelta a la camioneta, no sabía como reaccionar a todo ésto, era algo completamente nuevo. Nunca había conducido durante tanto tiempo como para tener que recordar cargar combustible.
Como caída del cielo, una figura se vislumbró en el horizonte. Era un auto. "Estoy salvado" pensé, pero casi inmediatamente cambié de idea. Tenía una maleta llena de drogas, y una Glock 9mm en el traje. Llevaba además, un cadáver en el baúl, e irónicamente, la bala que tenía alojada en el cerebro provenía del arma que celosamente guardaba en mi saco. Entonces, cualquier paso en falso podría llevarme al arresto, o a tener que callar a alguien más. No estaba seguro de cuál de las dos prefería.
Un automóvil viejo se acercó por la carretera. La pintura roja oscura estaba llena de óxido, y los golpes en los lados demostraban que el auto había participado en varios accidentes. El Lada se detuvo junto a la camioneta y la cara de un viejo de aproximadamente 50 años se asomó por ella. Su cabeza estaba parcialmente calva, y llevaba un par de lentes cuadrados que magnificaban el tamaño de sus ojos varias veces. La sombra de una barba le cubría la cara, probablemente no se afeitara hacía una semana, y el pelo que le quedaba lucía desaliñado. Sus ropas estaban sucias, y estoy seguro que, de compartir el mismo espacio físico, notaría el pestilente olor que su cuerpo emanaba. Me miró con cara de amigos, y me hizo un gesto, como ofreciéndome su ayuda. Yo le devolví una mirada fría y ausente. Su sonrisa se congeló, y lentamente se convirtió en una línea recta. Se había dado cuenta que yo escondía algo. Su cara demostraba que él también. Un pequeño vistazo hacia la parte trasera de su auto me dio la pauta de que algo no andaba bien con ese hombre. Coloqué mi mano dentro de mi saco y toqué con la punta del dedo el gatillo de la pistola. Miré a ese hombre a los ojos, y él entendió. Iba a ser una ayuda mutua. Aceleró lentamente y siguió su camino, mientras yo me puse a buscar una pala para enterrar el cuerpo de Marco.
Media hora después, encontré lo que buscaba. Celosa y prolijamente guardada, yacía bajo un montón de basura en la parte trasera de la camioneta. La tomé y caminé fuera de la carretera unos metros. La tierra del desierto estaba endurecida por los siglos de constante sol. No podría hacer un agujero allí, ni aunque lo intentara. Caminé 15 minutos bajo el abrasante sol, hasta que la tierra más fértil comenció a brotar desde abajo. Era una arena dura y oscura, pero serviría para esconder el cadaver. De lejos veía la silueta de la camioneta, que se desdibujaba por las olas de calor que deformaban las imágenes.
Caminé de vuelta y saqué el cuerpo de la camioneta. Jalé el cuerpo desde los pies, y Marco cayó torpemente en el asfalto, dejando una gran mancha de sangre. Arrastré el cuerpo como pude a través de los 500 metros que había recorrido hasta llegar a la tierra fértil. Una vez allí comencé a cavar. Cavé y cavé, y pensé que jamás alcanzaría la profundidad necesaria. Parecía que habían pasado horas, pero probablemente sólo hubieran pasado unos pocos minutos. Encontré la profundidad que buscaba y empujé el cuerpo. Miré a Marco por una última vez, y le volví a tapar. Dos horas después había terminado. Me di vuelta hacia la camioneta, y me di cuenta lo oscuro que se estaba poniendo todo. Ya no veía ninguna silueta, ya no veía la camioneta. Caminé sobre mis pasos, esa era la única manera de no perderme. Ese desierto me estaba aterrando, probablemente a causa de la cantidad considerable de droga que pasaba por mi cuerpo. Las siluetas se desdibujaban, y mi paranoia aumentaba. Cuando me acerqué a la camioneta mi corazón se detuvo y mi sangre se heló. Una patrulla de policía estaba parada detrás, y un oficial salió del auto mirándome a través de sus lentes oscuros.
- Me puede decir qué es eso? - me preguntó señalando la mancha de sangre en el suelo, detrás de la camioneta - y - continuó - me puede explicar por qué lleva una pala en el hombro?
Me helé, no tenía las de ganar, definitivamente no.
- Estaba enterrando a mi perro - respondí con la típica ausencia que los cristales me habían dejado en los ojos.
- Por qué no me muestra su tumba, señor?
- Con gusto, oficial
Comencé a caminar hacia donde había enterrado a Marco, lentamente, con el oficial detrás. Mientras que me hablaba de la inseguridad en esa zona, yo sólo pensaba en cómo escapar de esa. Caminamos 15 minutos y llegamos a la tumba. La tierra se veía revuelta, y estaban las huellas de mis zapatos alrededor.
- Bueno, eso se ve demasiado grande como para un perro, no cree? - me preguntó con una mirada inquisidora.
- Era un perro grande - respondí mirando al vacío.
- Señor, me muestra sus documentos?
- Sí, por supuesto - respondí mientras me llevaba la mano al bolsillo interior de mi saco.
BANG.
La glock le dijo todo lo que tenía que saber acerca de mí. Una bala terminó en el pecho del oficial antes que se diera cuenta de lo que estaba pasando. Me miró con los ojos abiertos de par en par, mientras intentaba llevar sus manos a su revólver.
BANG.
Un segundo disparo en su pecho frenó sus intenciones. La sangre brotaba de su pecho a borbotones, y el policía cayó de rodillas en la tierra. Emitía unos sonidos guturales, y sus ojos aún me miraban, mientras sus manos intentaban cubrir los agujeros que tenía en el pecho. Se seguía moviendo, demasiado, eso me molestaba.
BANG.
La glock habló nuevamente, y ésta vez puso el punto final. Ese lo mantuvo quieto.
Decidí no enterrarlo, ya era demasiado tarde, y no tenía mi pala. Dejaría que los animales se encargaran de él. Le quité el revólver y las llaves de la patrulla, igual que su placa, y su sombrero. No voy a negar que me veía ridículo con ese cubre cabezas de cowboy, pero demonios, la mescalina hace que todo se vea lindo. Caminé sobre mis pasos. Era la segunda persona que asesinaba en los últimos cuatro días. No sabía realmente como reaccionar a eso. Llegué a donde estaban los vehículos decidido a cambiarme a la patrulla. Tomé el maletín negro de la camioneta y lo puse en el asiento de acompañante de la patrulla. Su interior estaba limpio y ordenado, una cruz colgaba del espejo retrovisor, y una escopeta me miraba encadenada a la pared divisora del vehículo policial. Busqué en el baúl de la patrulla, necesitaba algo con qué encender un fuego. Habían algunos bidones vacíos, que a juzgar por su olor, debieron contener combustible. Revisé rápidamente, no quería que me vieran. Encontré un pequeño envase lleno de un líquido. Lo olí. No me di cuenta que era. Miré la etiqueta: "Acelerante de motor". Olía inflamable, eso serviría. No me servía para hacer andar la camioneta, pero al menos me ayudaría a incinerarla. Empujé el vehículo hacia un lado del camino, y rocié su interior con ese líquido. Rocié especialmente los asientos, una vez encendido el fuego los materiales de la camioneta se encargarían de continuar la fogata. Abrí las ventanas para que el fuego se viera bien oxigenado, y me alejé. Encendí un cigarrillo, y tiré el fósforo hacia adentro. No esperaba una expansión tan rápida, pero en menos de lo que uno pestañea, el fuego se había movido por todo el interior de la camioneta. Listo, estaba pronto para irme.
Me subí a la patrulla y arranqué el motor, se oía limpio y agradable. Estaba nervioso, conducía una patrulla robada, y recientemente había enterrado un cuerpo, y asesinado a un oficial en el mismo lugar. Las cosas no podrían salir bien de ahora en más. Ni siquiera me importaba. Le di una pitada al cigarrillo, pisé el acelerador, vi el humo perderse por la ventana, y mientras la noche caía, dejé atrás la única fuente luminosa en cientas de millas a la redonda.